El camino que conduce a Arínzano es como la primera página de una historia milenaria que conserva, aún hoy, todo su misterio. El camino serpentea entre hileras de viñedos, encinas y olivares antes de llegar a la bodega, al final de un puente tan estrecho que el visitante no tiene más remedio que reducir la velocidad al cruzar el río Ega.

El tiempo ha obrado su magia en estas tierras ricas y diversas y les ha permitido convertirse en los terruños únicos que son hoy. La Torre de Armería, La Casona y La Iglesia son los testigos silenciosos de esta misteriosa transformación. Siempre es el tiempo el que orquesta la alquimia secreta entre la uva que vive y respira, la madera y la botella.

El tiempo se detiene en la degustación de los vinos. El silencio nos permite apreciar mejor esta emoción espiritual y física, el momento fugaz durante el cual podemos captar plenamente la gracia de la eternidad. Como sucede cuando vemos por primera vez esta finca excepcional, la degustación de sus vinos aumenta nuestra sensibilidad hacia el misterio y la magia que se esconden aquí, pero sin llegar a revelar por completo sus secretos.

El tiempo le pertenece, es a la vez su producto y su amo.